El Fisgón
Periódico La Jornada
Viernes 19 de junio de 2020, p. 2
Viernes 19 de junio de 2020, p. 2
Carlos Monsiváis fue excéntrico e ingenioso hasta para nombrar a sus gatos (Miao Zedong, La Gata Christie, Rosa Luz en Burgo), pero una de sus excentricidades más ingeniosas fue su labor intelectual. Fue tan atípico como escritor que incluso resulta difícil definir su obra. Octavio Paz dijo: “Carlos Monsiváis me apasiona. No es ni novelista ni ensayista, es más bien cronista, pero sus extraordinarios textos en prosa, más que la disolución de estos géneros, son su conjunción. Un nuevo lenguaje nace en Carlos Monsiváis (…) Monsiváis es un nuevo género literario”.
A las múltiples rarezas de Monsiváis hay que agregar que, además de haber sido un pensador riguroso, profundo y complejo, fue muy popular. Con mucha frecuencia, cuando caminaba por la calle, la gente lo paraba para pedirle un autógrafo, darle las gracias o tomarse una foto con él. Invariablemente, cuando el asedio acababa, Carlos comentaba con melancólica autoironía:
Y pensar que ninguna de estas personas me ha leído.
¿Cómo explicar la popularidad de un intelectual complejo e incomodo en un país como México, en el que se lee tan poco?
Algunos atribuyen la popularidad de Monsiváis a su sentido del humor. Muchas de sus frases y declaraciones funcionan como aforismos y resultan memorables:
Un primer mandatario no tiene derecho a la infelicidad. Para eso están los gobernados;
Para que se acaben los escándalos es preciso legalizar la corrupción. Sus apodos eran temibles (por ejemplo: a un seguidor poco brillante de Norberto Bobbio, lo apodó El Bobbio de la Yuca).
Otros atribuyen la popularidad de Monsiváis a su memoria, su erudición y su inteligencia espectaculares. Tenía memoria fotográfica (desde niño se sabia la Biblia de memoria y podía recitar más poemas de Neruda que el propio Pablo Neruda) y parecía saberlo todo (de la trivia cinematográfica a Stephen Hawking). Otros más atribuyen la popularidad de Carlos a su versatilidad, a su vasta carrera, a su carisma y al hecho de que fue uno de los escasos intelectuales independientes que lograron tener una regular exposición mediática.
Sin duda, estos elementos explican parcialmente su popularidad, pero no explican el cariño que le manifestó en vida un sector importante de la población. Cuando su féretro salió de Bellas Artes, una multitud se arremolinó para tocarlo. ¿Cómo explicar la devoción de un pueblo que lee poco por un escritor complejo y sofisticado, por un pensador con frecuencia barroco y que tiene una obra dispersa en cientos de publicaciones y tan vasta que abarca un rango de géneros que van de la fábula al ensayo filosófico-político y que toca temas tan diversos como la crónica de nota roja y la teología?
Estoy convencido de que la devoción que le tuvo y le tiene la gente pobre de México a Carlos Monsiváis se explica en gran medida por el hecho de que fue el intelectual público más importante de México en las décadas recientes.
Asume papel activo en la lucha social
En principio, el intelectual público es el que asume un papel activo ante los problemas de la sociedad; es a la vez un pensador, un ser reflexivo que descifra fenómenos complejos y puede explicarlos en términos llanos: es a la vez un pensador independiente y marginal, alejado del poder, un divulgador y un activista en asuntos de interés público. Tiene mucho en común con el comunicador y con frecuencia su papel se confunde con el del periodista.
En un texto fundamental, titulado
Las causas perdidas, el escritor explica que una causa perdida es aquella en la que “la noción de ‘cumplir con el deber’ (es) recompensa suficiente. Causa perdida es aquella de la que no se aguardan las ventajas”. Como intelectual público, Monsi fue, por décadas, nuestro santo patrono de las causas perdidas: en 1968, cuando el país estaba gobernado por la más rancia y corrupta burocracia priísta, abogó por el movimiento estudiantil y denunció la represión y luego señaló la guerra sucia.
En pleno auge de la derecha mexicana se mantuvo como un hombre de izquierda; en un país en el que la cultura machista se confunde con la identidad nacional, defendió los derechos de mujeres y homosexuales; en una sociedad aún marcada por las lógicas del régimen de castas, tomó partido por los indígenas y apoyó el movimiento zapatista.
En el país más desigual del planeta combatió el clasismo dominante; en el Estado que se perpetúa por medio del fraude electoral sistemático apoyó los movimientos democráticos de Cuauhtémoc Cárdenas (1988) y Andrés Manuel López Obrador (2006); en la patria espiritual contra los cristeros, Marcial Maciel y Sandoval Íñiguez, defendió el Estado laico; en la tierra del semianalfabetismo, de Chespirito y Paty Chapoy impulsó la cultura; en el país de los líderes sindicales charros abogó por Demetrio Vallejo y el sindicalismo independiente; en el espacio dominado por Televisa impulsó la prensa independiente y fue puntal de Proceso y La Jornada.
En una izquierda dominada por el castrismo, criticó la antidemocracia de Fidel, la represión a los homosexuales en Cuba y el horror de los sidatorios.
En el país de los intelectuales orgánicos, de los escritores que le hacen caravanas al poder político y económico, de los Bulnes y los Martín Luis Guzmán, se mantuvo como un intelectual independiente; en el universo de la crueldad, perteneció a la sociedad protectora de animales, en el país de la desmemoria fundó un museo. Por todas estas luchas y otras más, la Universidad de la Ciudad de México le otorgó en 2009 el doctorado Honoris causas perdidas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario