Luis Linares Zapata
E
l masivo descontento de los mexicanos por el estado de cosas actual exhibe en su desarrollo una ruta compleja que es prudente examinar. Para unos, el periodo vacacional decembrino lo enfrió de tal manera que ahora permite conducir el quehacer público por los cauces acostumbrados: vuelta a la ansiada normalidad. Imprudente sería, sin embargo, extender ahora el certificado de superación del problema (más bien crisis) que ha sido solicitado desde hace ya tiempo y desde la misma cúpula del gobierno. En la calle, en las plazas, en las reuniones familiares, en las oficinas de variada catadura y en las mentes y actitudes ciudadanas, todavía circula una savia de intranquilidad, desilusión y desconfianza en el futuro. La masa crítica de la inconformidad, la protesta y hasta para la rebelión (en sus variadas formas) está ahí instalada, viva y nerviosa, presta a encontrar el motivo, la causa eficiente que la haga resurgir a la luz de nueva cuenta.
Quedan, sin embargo, algunos grupos, erróneamente considerados residuales (maestros y otros), que mantienen su protesta a plena vista ciudadana. Son estos últimos donde, al parecer, se ha enquistado buena parte del rencor colectivo. El dolor y desconcierto que acompaña a los afectados por los trágicos sucesos de Ayotzinapa no permanece como un fenómeno aislado, en vías de extinción. Corre en paralelo con los corajes, los miedos y dolores por los miles de muertos, muchos de los cuales son de alguien en lo particular. Al mismo tiempo la desesperanza que acarrea ese otro sentimiento por los desaparecidos sigue buscando repuestas que no llegan ni convencen. Juntos, ambos fenómenos forman toda una corriente que fluye por ese sensible estrato, un tanto subterráneo, del ánimo colectivo. Corriente que a veces se estanca y contamina hasta que, de pronto, emerge con alarmante fuerza. Por ahora, algunas formas adoptadas por tan cruciales actitudes y sentimientos populares parecen disociarse de sus reales causas de origen. La forma destructiva de la protesta y el desdibujado contenido que la acompaña, le merma sentido y deja sin reposo el daño ocasionado en el cuerpo social.
La negociación y el acuerdo con los contingentes beligerantes de disidentes siempre ha sido difícil y los contenidos acordados se deslavan en la oscuridad. Es posible que esa sea, de nueva cuenta, la ruta que adopte la estrategia del oficialismo para calmar los rijosos ánimos del final de año. Se espera, claro está, que no se esté pensando en recurrir a la represión como un recurso alterno o de última instancia. La preparación del ánimo represor ya circula, tal y como puede intuirse por las tronantes declaraciones de algunos personajes (E. Gamboa) encumbrados que de inmediato encuentran eco en el militante apoyo del oficialismo mediático (Televisa como capitana de la tropa). El gobierno debe tener mucho cuidado con sus preparativos de combate. Para ese tipo de aventuras de fuerza se requieren sólidas dosis de legitimidad, asunto del cual carece o, siendo positivos y pragmáticos, sólo tiene en mínimas cantidades.
A la actualidad de este Año Nuevo se adhieren otros elementos no contemplados en el presumido plan estratégico del gobierno. En preciso se apunta el ingrediente económico que incidirá en todo lo demás. Los grandes proyectos anunciados (trenes y aeropuerto) fueron pensados para una tesorería engordada por la creciente deuda, los ingresos adicionales de la reforma fiscal y el torrente de inversiones petroleras. Poco de ello queda ya en la buchaca pública. Y, muy a pesar de la derrama, tan inevitable como indebida por cierto, que acompañará al año electoral, las simpatías del electorado serán, por lo menos, esquivas sino, posiblemente, contrarias al priísmo. Buena parte de la suerte electiva ya ha sido echada. Se acicala con pleitos internos entre las burocracias partidistas y atractivos escándalos cotidianos. El conocido manipuleo y las usuales trampas electorales inundarán, corroyéndolo, el nublado ambiente hasta hacerlo irrespirable. Las correrías de los partidos llevan una tendencia que chocará con los ánimos populares ya bastante tocados por lo demás. La incógnita que prevalece en el ambiente, sin embargo, apunta hacia la posible rebelión de los ciudadanos. ¿Se castigará a esos candidatos y partidos que se aprecian responsables de la decadencia social, económica y política que se resiente? ¿Surgirá el partido o el líder que pueda absorber y canalizar tal descontento? Son estas algunas de las cuestiones que flotan en el panorama de la actualidad y se espera que encuentren, pronto, respuestas adecuadas.
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