Duda y alarma en la IP local // El TLCAN, ya casi // Sindicatos, tapón
Miguel Ángel Velázquez
C
on ciertos elementos de duda, y otros tantos de alarma, algunos miembros de la iniciativa privada de esta ciudad recibieron la mañana de ayer la noticia de que el Tratado de Libre Comercio de América del Norte podría concretarse ya.
La duda y la alarma vienen de la información que varios de ellos tienen sobre algunos de los tapones que impedían que el acuerdo comercial se firmara, y cuentan que no era precisamente un asunto de pesos y centavos, más bien eran cuestiones de política laboral las que tenían o tienen frenada la firma.
El argumento de los salarios a los trabajadores de la industria automotriz es, se quiera o no, una preocupación para los patrones, y hay dudas de cómo se resolvió o se resolverá porque todo indica que hay ajustes de última hora que sólo cuentan con el tino de los negociantes al más alto nivel.
Sin embargo, hay otro renglón, que es el que parece haber atorado el acuerdo total, y ese es, según nos cuentan, la exigencia por la parte gringa de democratizar a los sindicatos nacionales y con ello romper, nos dicen, con una historia de corrupción gremial que parece inexplicable para los trabajadores de Estados Unidos, es decir, para los representantes de los sindicatos de aquel país.
Allá argumentan que los
contratos de protección, esa perversa forma que halló la iniciativa privada para evitar una relación justa, marcada por la ley, en la que compran a los líderes sindicales para mantener a las organizaciones de trabajadores bajo sus intereses, forma parte de una competencia desleal.
Dicen que las remuneraciones que se pagan en México no crecen debido a ese tipo de contratos, y que los bajos salarios y las condiciones laborales, donde existe este tipo de relación, quedan muy por abajo de las prestaciones que otorgan los contratos en Estados Unidos, por lo que los patrones de allá prefieren cerrar sus empresas e instalarse en nuestro país.
La
democraciasindical en México se mantenía, hasta hace algunos días, como una condición inamovible, como la condición reina para concluir las negociaciones. La gente de la iniciativa privada advertía, sin embargo, que desde 1934, en la Presidencia de Abelardo Rodríguez, se lanzó la idea de prohibir por ley estas formas de relación laboral, pero hasta hoy no se las había tocado de ninguna manera.
Las organizaciones de trabajadores en EU lo que pretenden, sin tomar en cuenta la realidad en cada uno de los países, es meter mano en la vida sindical, aunque lo otro, lo de atacar la corrupción de líderes y patrones, también es cierto. Luisa María Alcalde, quien será la próxima secretaria encargada de las cuestiones laborales del país, ya sabe de la situación y todos suponen que su opinión será, o ya es, tomada en cuenta. La exigencia es que se trasparenten los acuerdos para saber, cuando menos, de qué lado masca la iguana.
De pasadita
Hace algunos días, en un hotel frente a la Alameda Central, donde buena parte de las y los políticos del país llegan a reuniones o bien se sientan a desayunar o comer, se dio un encuentro que parecía impensable. Por un lado, muy señora, la próxima secretaria de Gobierno de la Ciudad de México, Rosa Icela Rodríguez, y por otro, exactamente como es, y cargando, como siempre, un portafolios que parece de piel, llegó Mauricio Toledo.
Como testigo de lo que iba a suceder, en una mesa del restaurante un grupo de periodistas miró con asombro la escena. Toledo iba a algún lugar cuando descubrió a la futura secretaria. Apuró el paso, se paró frente a ella, estiró la mano, agachó los ojos y cuentan que dijo:
Para servirle, señora secretaria. En broma, o tal vez en serio, los que vieron el numerito dicen que Rosa Icela no tardó en ir al baño... a lavarse la mano. ¿Será?
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